martes, 12 de agosto de 2008

Literatura en España (IV): el Barroco.



El cambio fundamental de mentalidad tras la luz del Renacimiento, será la crisis espiritual, moral y social que se provoca en el siglo posterior. La densidad y el recargamiento serán las características del arte del momento, así como la negatividad y cierto pesimismo acompañado del movimiento convulso que toda crisis (espiritual y social) genera.

Artistas como Velázquez (Las Meninas, arriba; la Venus del espejo, derecha) Vivaldi o Bach, Góngora o Quevedo, Caravaggio (La vocación de San Mateo, izquierda) y Bernini o Borromini se dan cita histórica durante estos años.



Lutero y la Contarreforma, el Concilio de Trento y las nuevas vías de comercio que aparecen con el "descubrimiento" de América serán puntos a tener en cuenta para, después del retorcimiento del manierismo, entender la manera de pensar de esta época y sus individuos.



Entre nuestros escritores más importantes además de poetas como Góngora y Quevedo, el famoso autor que muere en el mismo año que el autor dramático inglés Shakespeare, Miguel de Cervantes Saavedra, creador del mito inmortal del caballero andante, amante del ideal y la aventura, llamado el Quijote y su fiel servidor Sancho, más inclinado a lo práctico y al cuidado de la propia vida que a jugarse en tontas aventuras que no conducen a nada, según su mentalidad más simple, menos compleja que la del loco Quijote.



A continuación, para deleite de la lengua española, reproducimos dos poemas: el primero de Góngora, un soneto, que hace referencia al que ya vimos del paso del tiempo de un siglo antes de Garcilaso, pero con el añadido del pesimismo del final, propio de la mentalidad de la época, y del culteranismo, escuela poética preocupada por el origen de la palabra, el latín culto, y la ruptura de la norma sintáctica para provocar extrañeza al lector...



Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.


Y, el segundo, de otro enorme poeta, más joven que el anterior, maestro de la palabra y la ironía, que no se llevaba muy bien con el mayor, demostrándolo por ejemplo en este soneto, donde los versos funcionan como ataque hacia la nariz de Góngora: nos referimos, claro está, a Quevedo, representante del conceptismo, más preocupado por la idea y su transmisisón y en juegos de palabras irónicos y divertidas asociaciones de significados.


Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;

era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.

Erase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.

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